Cuando subí al cuarto las vi llorando, no dejaban de retraer su respiro y jadear. Por un momento me espante cuando la puerta sonó con un “¿Quién está en casa?”, pero mis amenazas sobre de ellas eran lo suficientemente buenas como para que no me preocupara, ellas jamás delatarían su inferioridad sobre de mí: si dicen algo, su madre y hermanito pagarán las consecuencias.
Acudí a la puerta y era Elizabeth, la vecina. Decía que últimamente había estado escuchando llorar mucho a las niñas, quería saber si algo malo estaba pasando en casa. No se preocupe son unas nuevas clases que andan tomando para sus clases de teatro, le respondí. Se fue con una mirada incrédula y dijo que estaría al pendiente de la situación.
Cuando regrese con ellas, tenían la cabeza gacha y con una pose de mucha debilidad y tristeza. Veía destrozadas sus vidas, me senté y deje mi mirada perdida en mi pasado, cuando mi tío puso sus manos sobre de mí, decía que no me dolería y que me dejará fluir, que lo disfrutaría. Yo estaba espantado, me advirtió que no le dijera nada a nadie porque si lo hacía me castigaría y ya no me dejaría ir a jugar con mis primos y lo más fuerte, haría que mis padres me dejaran en la calle. Me tenía amenazado, contaba con tan sólo 8 años cuando el cuello de su instinto animal se incrusto en mi casto cuerpo.
Fueron largos meses en los que conocí el abuso, aprendí a tener ira contra él. Después de dos años en que cada ocho días íbamos a misa y regresábamos a casa para la comida familiar, esos diez largos minutos en los que él gozaba de mi cuerpo, él se fue a Estados Unidos aventurándose con los polleros, ¡ojala le hubiera pasado algo! Dejó una cicatriz en mi vida que hasta la fecha, nadie se ha enterado.
Mis padres no conocían el amor hacía conmigo, ni hacía con ellos, razón por la que nunca me despoje de ese tremendo lazo. Cuando crecí, conocí a Estefanía, mi actual esposa. Tuvimos cuatro hijos, tres niñas y un niño y es ahí donde todo cambio, donde mi éxtasis toma forma, ¡soy libre!, mis hijas están pagando todo, en ellas descansa mi impotencia, ellas saben que no busco el placer sexual sino el dominio total. Nunca tuve el control de la situación, ahora sí, me siento más fuerte que mis hijas, me siento más fuerte…
Si tan sólo hubiera conocido el cariño, la ternura y la comprensión, si tan sólo hubiera recibido amor, no estaría matando psicológicamente la vida de mis hijos y familia. Pero hoy, no hay tiempo para eso, seguiré con este placer de excitación en mis hijas llamado autoridad. ¡Ven aquí Karen!, toma suavemente esto y succiónalo, tú también Adriana, acércate, y tú, mi pequeña lolita, vengan y no paren hasta conseguir el fluido que me encarcela, hasta expulsar el fluido que m libera.
“¡Apártese de ellas Jesús Tovar Ortiz, ponga las manos sobre la cabeza y mire hacia la pared!”, demonios ha llegado la policía,”queda arrestado por presunta violación a menores de edad”, ¡demonios! ¿Quién le habrá dicho? “Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra” Pero si lo tenía todo controlado y además ellas lo empezaban a disfrutar, ¡Escúchenme! ¡Yo no soy el abusador, soy la victima!
Acudí a la puerta y era Elizabeth, la vecina. Decía que últimamente había estado escuchando llorar mucho a las niñas, quería saber si algo malo estaba pasando en casa. No se preocupe son unas nuevas clases que andan tomando para sus clases de teatro, le respondí. Se fue con una mirada incrédula y dijo que estaría al pendiente de la situación.
Cuando regrese con ellas, tenían la cabeza gacha y con una pose de mucha debilidad y tristeza. Veía destrozadas sus vidas, me senté y deje mi mirada perdida en mi pasado, cuando mi tío puso sus manos sobre de mí, decía que no me dolería y que me dejará fluir, que lo disfrutaría. Yo estaba espantado, me advirtió que no le dijera nada a nadie porque si lo hacía me castigaría y ya no me dejaría ir a jugar con mis primos y lo más fuerte, haría que mis padres me dejaran en la calle. Me tenía amenazado, contaba con tan sólo 8 años cuando el cuello de su instinto animal se incrusto en mi casto cuerpo.
Fueron largos meses en los que conocí el abuso, aprendí a tener ira contra él. Después de dos años en que cada ocho días íbamos a misa y regresábamos a casa para la comida familiar, esos diez largos minutos en los que él gozaba de mi cuerpo, él se fue a Estados Unidos aventurándose con los polleros, ¡ojala le hubiera pasado algo! Dejó una cicatriz en mi vida que hasta la fecha, nadie se ha enterado.
Mis padres no conocían el amor hacía conmigo, ni hacía con ellos, razón por la que nunca me despoje de ese tremendo lazo. Cuando crecí, conocí a Estefanía, mi actual esposa. Tuvimos cuatro hijos, tres niñas y un niño y es ahí donde todo cambio, donde mi éxtasis toma forma, ¡soy libre!, mis hijas están pagando todo, en ellas descansa mi impotencia, ellas saben que no busco el placer sexual sino el dominio total. Nunca tuve el control de la situación, ahora sí, me siento más fuerte que mis hijas, me siento más fuerte…
Si tan sólo hubiera conocido el cariño, la ternura y la comprensión, si tan sólo hubiera recibido amor, no estaría matando psicológicamente la vida de mis hijos y familia. Pero hoy, no hay tiempo para eso, seguiré con este placer de excitación en mis hijas llamado autoridad. ¡Ven aquí Karen!, toma suavemente esto y succiónalo, tú también Adriana, acércate, y tú, mi pequeña lolita, vengan y no paren hasta conseguir el fluido que me encarcela, hasta expulsar el fluido que m libera.
“¡Apártese de ellas Jesús Tovar Ortiz, ponga las manos sobre la cabeza y mire hacia la pared!”, demonios ha llegado la policía,”queda arrestado por presunta violación a menores de edad”, ¡demonios! ¿Quién le habrá dicho? “Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra” Pero si lo tenía todo controlado y además ellas lo empezaban a disfrutar, ¡Escúchenme! ¡Yo no soy el abusador, soy la victima!
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