Conforme pasa el tiempo, me doy cuenta que cada día estoy más solo. No tengo a nadie cercano con quien pueda entablar esas platicas profundas y objetivas que tanto me gustan. Todo mundo tiene prejuicios, hasta yo los tengo; nos pasamos la vida pensando en la idea que nos atormenta; en ese estúpido pensamiento que no nos deja crecer; en esa limitante de nuestra vida que no nos permite estar más allá de esta vida terrenal.
Una idea es como un virus; quisiera sentir que lo que importa no esta en lo que tenemos, si no en lo que pensamos y hacemos.
Todo tiene su precio: si el precio de mi soledad es no tener con quien identificarme en esta sociedad, lo acepto. Pero necesito una señal de que voy por buen camino: busco la verdad objetiva, o al menos, eso es lo que intento.
Dignos son de lástima los hombres que hayan de vivir y obedecer a otro hombre que rebasa la humana medida y no se conforma con ella. Aunque no debo olvidar que la experiencia me ha enseñado que la impaciencia nos arruina; ¡calma en este sendero de la vida!
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